ORACIÓN A LA BANDERA
La bandera blanca y celeste — ¡Dios sea loado! — no ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra.
Y sea dicho con honor y gloria de esta bandera: muchas repúblicas la reconocen como salvadora, como auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse. Algunas se fecundaron a su sombra; otras brotaron de los jirones en que la lid la desgarró. Ningún territorio fue, sin embargo, añadido a su dominio; ningún pueblo quedó absorbido en sus anchos pliegues; ninguna retribución exigida por los grandes sacrificios que nos impuso.
¡Que falmee por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, a lo alto de los mástiles de nuestras naves y a la cabeza de nuestras legiones; que el honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa!
Hagamos fervientes votos porque, si a la consumación de los siglos el Supremo Hacedor llamase a las naciones de la tierra para pedirles cuenta del uso que hicieron de los dones que les deparó y del libre albedrío y la inteligencia con que dotó a sus criaturas, nuestra bandera, blanca y celeste, pueda ser todavía discernida entre el polvo de los pueblos en marcha, acaudillando CIEN MILLONES de argentinos, hijos de nuestros hijos hasta la última generación, y deponiéndola sin marcha ante el solio del Altísimo, puedan mostrar, todos los que la siguieren, que en civilización, moral y cultura intelectual, aspiraron sus padres a evidenciar que, en efecto, fue creado el hombre a imagen y semejanza de Dios.
D. F. Sarmiento
ELOGIO DEL ESCUDO
Las naciones hijas de la guerra levantaron por insignias, para anunciarse a los otros pueblos, lobos y águilas carniceras, leones grifos y leopardos. Pero en las de nuestro escudo, ni hipogrifos fabulosos, ni unicornios, ni aves de dos cabezas, ni leones alados pretenden amedrentar al extranjero.
El Sol de la civilización que alborea para fecundar la vida nueva; la libertad, con el gorro frigio sostenido por manos fraternales, como objeto y fin de nuestra vida; una oliva para los hombres de buena voluntad; un laurel para las nobles virtudes. He aquí cuanto ofrecieron nuestros padres, lo que hemos venido cumpliendo nosotros como República y harán extensivo a todas estas regiones, como Nación, nuestros hijos.